Al tiempo que Miguel García abría las puertas de su almacén hace 40 años, eran ya muchos los agricultores de la zona que empezaban a evolucinar hacia un nuevo concepto de labranza, aparecían nuevos cultivos y el reinado del plástico acababa de despegar. Y precisamente de todo ello hemos podido hablar con los hermanos Nicolás (62) y Juan Antonio Moreno (59), agricultores de “Miguel García de toda la vida”, de esos que no pueden evitar añadir al final de esa frase un “bueno… agricultores y amigos”.

La presencia de nuestros compañeros Pedro González y Diego Moreno durante la entrevista, sumado a una periodista tablonera, amainó vergüenzas, rebajó los nervios, removió los recuerdos y de repente, ahí estábamos los cinco, repasando cuatro décadas de vivencias, con un ojo guiñando al pasado y el otro mirando al futuro.

Para entender el camino recorrido por Nicolás y Juan Antonio tenemos que remontarnos hasta su abuelo materno, Juan Jiménez Maldonado, hombre trabajador y de campo que dio empleo a muchas personas de los anejos motrileños en los años 50 y 60.

Nietos de labradores e hijos de agricultores, la infancia de los hermanos Moreno tiene casi un único escenario y en plena adolescencia ya estaban trabajando en el campo con la familia. El primero fue Nicolás, que a sus 14 años “le dije a mi padre que no quería ir más a la escuela y él me contestó que ahí tenía una amocafre”, recuerda entre risas. Su hermano menor seguiría pronto el mismo camino. Fue precisamente su padre, Nicolás Moreno Lozano, uno de de los primeros agricultores de la zona en enarenar sus terrenos, sembrando patatas y pimientos.

En un Motril eminentemente agrícola, donde la ausencia de industria hacía del campo la única vía de futuro, ellos se consideraban unos muchachos con suerte porque «gracias a Dios teníamos tierras donde trabajar y no tuvimos que ir a labrar las tierras de otros”. Y ellos no lo sabían todavía, pero ahí fue cuando empezó todo.

Despues de unos primeros años trabajando las fincas familiares, “criando lo que daba la tierra, caña, remolacha, maíz, patatas, tomate encañaos, algo de habichuelas…”, se convirtieron en testigos de excepción de la llegada de los primeros invernaderos a la zona y de cómo estos   revolucionaron la agricultura tal y como se había conocido hasta entonces.

Aunque no fueron de los primeros, poco a poco invirtieron en adecuar sus tierras para pasar del enarenado a los invernadoeros. Recuerdan también “como iba desaparenciendo la caña de azúcar” dando paso al tomate, las habichuelas, calabacinos “y nosotros teníamos que ir al tiempo de esos cambios, porque según va la vida a uno le toca evolucionar y si no, te quedas atrás”, reflexiona Juan Antonio.

Cuando los Moreno ponen en marcha su primer invernadero, Miguel García acababa de abrir su almacén. “Si ya a las patatas Miguel era capaz de darles muy buena salida, fue pasando lo mismo con todos los nuevos frutos que se iban llevando», comenta Juan Antonio, a quien interrumpe su hermano para recordarnos que “nosotros somos de los que quedamos más antiguos en la corría”, por lo que han visto crecer aquel pequeño almacén desde el principio.

Un emocionado Nicolás recuerda al fundador en una conversación que mantuvieron tras la primera ampliación, cuando Miguel le preguntó nervioso e ilusionado a Nicolás si él pensaba que aquella nave “se vería llena de hortalizas algún día”, a lo que su agricultor y amigo le respondió que no sólo se llenaría si no que además, “va a faltar corría Miguel”. Y quién lo iba a decir, no le faltó ni un poquito de razón a Nicolás…

Para los hermanos Moreno la figura de Miguel García va unida a un concepto, “palabra, lo que él ha dicho, lo ha cumplido y sus hijos, lo mismo. Son buena gente, para nosotros los mejores y si no, no estaríamos», dice contundente Nicolás. «Cuando hemos necesitado de su ayuda hemos contando con ellos, lo mismo nosotros que otros muchos agricultores porque cuando alguno ha tenido un problema, si se lo han podido solucionar, se lo han solucionado y eso, vale mucho. Han dado la cara por la gente del campo y la siguen dando”, añade Juan Antonio.

Palabra y compromiso, dos valores que sin duda, son capaces de mantener la confianza de tus agricultores por 40 años.

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